Llegué a su blog por casualidad una madrugada en que me sentía tan solo que necesitaba el calor, aunque fuera virtual, de un alma sensible que me hiciera compañía.
Su última entrada hablaba de nubes y de sueños, de vuelos e ilusiones y me
atrapó. Era un poema de versos libres como el viento, un poema luminoso que me
animó al instante a dejarle un comentario acorde con su belleza..Y me esforcé
para que así fuera. Le decía que volar es algo que deberíamos hacer a menudo
para no echar demasiadas raíces en la tierra. Que soñar debería estar
recomendado por el médico de cabecera para escapar de la dura realidad
cotidiana, esa que mina poco a poco nuestra salud. Y que amar intensamente
debería ser el objetivo, la única meta importante para todos en la vida.
Al terminar lo leí y,
totalmente satisfecho de lo que había escrito, pulsé con la flechita del ratón
las palabras mágicas "publicar comentario".Pero, ¡oh, sorpresa!.Me
salió un cartelito con letras negras y números debajo del cual decía:
"Demuestra que no eres un robot".
Y me esforcé de nuevo, dios sabe que me esforcé por interpretar y copiar ese
galimatías de letras y números. Pero no sé si fue por el cansancio o porque a
esas altas horas de la noche me falla la vista más que de costumbre, el caso es
que tras varios intentos no conseguí transcribir lo que allí aparecía y eso que
a cada intento se cambiaban las letras y los números. Así que, con un gran
pesar, abandoné la tarea mandando así mi inspirado comentario a dormir el sueño
de los justos al limbo virtual. Y esa noche me fui a la cama convencido de dos
cosas: de que la autora del blog no deseaba recibir comentarios, de ahí la
activación de la odiosa prueba y de que yo, al no conseguir superarla, me había
convertido automáticamente en un robot. Me fui a la cama deprimido pero con la
esperanza de que por la mañana todas estas preocupaciones habrían desaparecido.
Sin embargo, no fue así. Me levanté con dolor de cabeza y no paraba de
darle vueltas a lo ocurrido la noche anterior.
Salí a la calle a buscar
consuelo y un amigo filósofo me dijo que no me preocupara demasiado, que en el
fondo todos somos robots, aunque superemos ciertas pruebas. Que todos nos
movemos en la misma dirección y que, aquel que no lo hace, ya nos encargamos
nosotros de que dé la vuelta y nos siga. Que todos seguimos a nuestros líderes
políticos aunque estos nos maltraten. Que todos seguimos a nuestros líderes espirituales,
aunque estos nos engañen. Que todos nos ponemos en fila india a diario, como
obedientes corderitos, para todo: para sacar dinero del banco, para cobrar el
paro, para salir de la ciudad cuando nos vamos de vacaciones, para entrar al
regreso de las mismas, incluso para dar nuestro voto generoso a quienes luego
van a pisotear nuestros derechos...para todo. Y que jamás protestamos porque en
nuestras naturalezas de robots habita el conformismo y nos han programado para
aceptar todo lo que viene de arriba, de quienes mandan.
Ahora resulta que no era yo solo el robot, sino que vivía en un mundo
robotizado. Pero ese hecho no me tranquilizó, al contrario, tras las palabras
de mi amigo, me entró el pánico y caí en una profunda depresión de la que a día
de hoy no me he recuperado aún. Deambulo por las calles con los brazos caídos y
la mirada perdida, fija en un punto indefinido del horizonte, como un auténtico
robot. Mientras, me cruzo con los otros robots que con los mismos gestos que yo
caminan a sus quehaceres impuestos por los que manejan nuestras almas de robots
y esperando a que algún día sus corazones humanos se enternezcan y nos salven
de esta vida tan automatizada y tan injusta.
Por cierto, si llegáis a un blog y os encontráis con esos tétricos cartelitos,
no hagáis mucho caso si no sois capaces de resolverlos. En el fondo solo son
códigos inventadas por los humanos para hacernos creer que nosotros también lo
somos. Pero creedme, yo bien lo sé, los resolváis o no, todos seguiremos siendo
unos simples y vulgares robots perfectamente programados para obedecer y sufrir
en silencio.