La primavera estaba en todo su
esplendor. Ese día se levantó temprano y, embriagado por la calidez y la
luminosidad de la mañana, salió al patio y cortó diez rosas rojas del rosal más
grande del jardín. Luego, hizo con ellas un ramo y corrió a ofrecérselas a su
amada.Pero, cuando llegó hasta ella, las rosas habían perdido por el camino
casi todos sus pétalos y tan sólo quedaban entre sus manos los tallos con
espinas. Cuando ella vio el extraño ramo, se enfadó, montó en cólera y pataleó.
Él le dijo que no tenía culpa
alguna de que las rosas fueran flores tan delicadas, que lo que importaba era
la intención. Pero ella no le escuchó y le dijo que se marchara…para siempre.
A él no le quedó otra opción que recorrer el camino de vuelta hasta su casa. Y allá se fue con el ramo de tallos en la mano, caminando por el sendero de pétalos que las rosas se habían ido dejando en la ida. Y, sin saber muy bien por qué, en ese preciso momento, mientras aspiraba el delicioso aroma de los pétalos caídos, se sintió el hombre más feliz del mundo...
Ahora, al cabo de los años, cuando sale al jardín en primavera, corta una rosa roja, la huele intensamente y luego va arrancando uno por uno sus pétalos para lanzarlos al aire. Y a cada pétalo que corta lo acompaña con un susurro apenas perceptible donde cualquier oído fino podría oír con toda claridad la palabra gracias...