sábado, 24 de marzo de 2018

Esta vez el cartero sólo llamó una vez




                        Fotograma de "El cartero siempre llama dos veces" (1981) con 
                                Jack Nicholson y Jessica Lange como protagonistas.



Al bajar del taxi, la emoción le embargaba y no podía sujetar los latidos de su corazón. Habían pasado dos largos años desde la última vez que estuvo en casa y se moría de ganas de abrazar a su joven esposa. La vida en el ejército había sido muy dura para él. Pero ya acabó todo. Un inoportuno atentado talibán había terminado con su carrera militar y lo había devuelto a la vida civil.

Cuando estuvo ante la puerta, pulsó el timbre con impaciencia.
La puerta se abrió enseguida, no hizo falta volver a llamar.
Y allí, delante de su excitado cuerpo, apareció ella. Radiante, hermosa. Entró. Arrojó su equipaje en cualquier parte y se abrazó a ella con toda la fuerza que había ido acumulando en estos dos años sin verla. Y así, abrazados, y con sus labios sellando los de ella, avanzaron por el pasillo camino del dormitorio.

Pero al llegar a la puerta de la habitación, se paró en seco.
La noche anterior a la partida, allá en Afganistán, les proyectaron la película "El cartero siempre llama dos veces",la de Jack Nicholson y Jessica Lange. Y, aunque ya la había visto antes, volvió a quedar impresionado por la famosa escena de amor sobre la mesa de la cocina. Y recordó que le había dicho al compañero que tenía al lado:

-Lo primero que haré cuando llegue a casa será hacerle el amor a mi chica igual que Nicholson, sobre la mesa de la cocina.

Y hacia allí la empujó sin poder separar sus labios de los de ella que, por cierto, ni tiempo había tenido para decir esta boca es mía.

Entraron en la cocina. Él se separó de ella un segundo y se dirigió a la mesa que estaba llena de platos ,tazas, vasos y cubiertos. De un manotazo, lo arrojó todo al suelo con gran estrépito y, cogiendo de nuevo a su chica por la cintura, la subió a la mesa y la tendió sobre ella todo lo larga que era.
A continuación, y con la rapidez del rayo, se quitó los pantalones y los arrojó a lo más alto del frigorífico tirando al suelo un jarrón de porcelana que se hizo añicos. Acto seguido y de un ágil salto, se encaramó a la mesa aterrizando sobre el cuerpo, algo magullado ya, de su amada. Y entonces ocurrió algo inesperado. La mesa comenzó a crujir. Primero se movió hacia un lado. Luego hacia el otro. Y al final terminó haciendo el mismo ruido que hacen los troncos de los árboles al troncharse por efecto de la sierra. Rotas y desencajadas las patas, la mesa terminó cayendo al suelo de la cocina con un golpe seco y arrastrando con ella a los dos amantes. El gato, capado y sobrado de kilos, que acostumbraba a dormitar bajo la mesa, tuvo el tiempo justo de salir por patas y encaramarse sobre el fregadero desde donde observaba la escena con los ojos como platos sin comprender muy bien qué estaba pasando.

Él, algo frustrado pero aún encima de ella, la miró con atención por primera vez y, en ese mismo momento, palideció y deseó que se lo tragara la tierra...Y como en una película a cámara rápida, volvió a pasar por su cabeza toda la escena del desgraciado atentado que lo había dejado casi ciego y que, según los médicos que lo trataron, le había afectado también al cerebro, sobre todo a la parte donde reside la facultad de la memoria. Desde ese día, tiene lagunas importantes y olvidos imperdonables.

Sólo acertó a decir "perdón" con un hilo de voz apenas perceptible mientras se apartaba de ella para buscar sus pantalones. Mientras tanto ella, con los ojos muy abiertos, lo miraba sin ser capaz de articular palabra.

Mientras se ponía los pantalones lo comprendió todo. Y recordó que un mes atrás su mujer le había escrito una carta diciéndole que se iba a vivir con su madre porque se sentía muy sola en esta casa que habían alquilado nada más casarse. Y fue entonces y solo entonces cuando comprendió que esta ya no era su casa. Y que la mujer que seguía despatarrada en el suelo de la cocina mirándolo incrédula entre trozos de vajilla de porcelana fina y de madera tronchada, no era su mujer sino alguien que no había visto en la vida.

Acababa de ponerse los pantalones cuando sonó un portazo y, a continuación, una voz de hombre que con entusiasmo gritaba:

-¡Cariño, ya estoy en casa...!


                                                                                   Marzo-2013

viernes, 9 de marzo de 2018

Esperando el tren




¡Qué distinto el paisaje y el momento de aquel otro del pasado mes de abril, cuando llegué feliz y enamorada. Todo el pueblo vino a la estación a recibirme. Pareciera entonces que el mundo se rendía a mis pies de novia ilusionada. Y aquí estoy. En sólo siete meses todo se ha ido a pique, todo se ha derrumbado. Hasta el clima se ha unido a mi decepción para darme algo de compañía. Y es que yo no soy más que una mujer inofensiva e indefensa que sólo busca amar y ser amada sin hacer daño a nadie.

¡Que rabia siento al pensar en él y en su traición! Me dejó abandonada como a un trasto viejo en aquel solitario caserón a las afueras del pueblo. Al principio, todo eran atenciones, todo alegría. Pero muy pronto comenzó a retrasar su vuelta a casa. Fue durante el verano. Se pasaba las horas en ese maldito bar. Y, cuando de madrugada llegaba a casa, venía tan agotado que ni me despertaba.

¡Qué desilusión y qué vida tan triste!

Me sentía tan sola, tan tristemente sola y amargada que, el día en que el joven cartero llamó a mi puerta, me lo notó en la cara. Y así se lo conté. Que ya no soportaba más la soledad. Que yo no había nacido para cuidar de una casa tan grande, tan vacía, tan fría...
Y él, tan cortés y educado, me hacía compañía. Se quedaba conmigo un rato cada día. Y cada vez más tiempo. Hasta que llegó el día en que besó mi mano. Y yo, me estremecí. Y, cuando se dio cuenta que yo cerré mis ojos, él se atrevió a besar los rizos de mi pelo. Y después, el blanco nacarado de mi cuello. Y, cuando al fin besó el rojo intenso de mis labios, creí morir de amor. Y me amó con pasión y me sentí por fin querida y valorada.

Pero claro, en un pueblucho como este, todo termina por saberse.
Y así llegó a oídos de mi marido mi romance con el cartero. Y como es un salvaje, rápidamente se fue a por el joven con la intención de darle una paliza.¡Ah, pero mi joven cartero no se dejó pegar y la paliza se la llevó él!.Ahora está en el hospital con un montón de huesos rotos. Y yo aquí, esperando el tren bajo la lluvia. Abandonada por todos sin ser culpable de nada. Porque si hay algún culpable en esto, ese es él, mi marido. Porque yo no nací para vivir al lado de un pringao de oficio tabernero. Y menos para pasarme el día junto a él en la taberna preparando raciones o atendiendo a los clientes tras la barra. Porque yo soy una reina que nací para amar y ser amada y él sólo me amaba los domingos. Y es que mi gran error fue enamorarme de un autónomo esclavo de un negocio. De un pobre diablo que, en los tiempos que corren, es carne de cañón.¡Ay, de haber conocido antes a mi cartero! Él es un funcionario. Nunca le faltaría la paga de cartero y siempre volvería a casa tras su jornada, a una hora razonable, para ponerme los sellos y los timbres en el sitio adecuado cada día...

Lo malo es que él ya estaba casado y, aunque se lo estaba pensando ,le costaba dejar a su mujer para fugarse conmigo. Aunque mejor que no hubiera tenido tantos escrúpulos porque de todas formas su mujer lo ha dejado al enterarse de lo nuestro. O quizás la muy hipócrita  lo ha dejado al enterarse de que le han abierto un expediente en el trabajo por incumplimiento y escándalo público y que lo más probable es que lo despidan . No sé. El caso es que ahora ya, sin trabajo, tampoco me interesa a mí. Otro pringao más. Y es que yo no nací para ser pobre.

Ahí llega el tren. Me voy de este maldito pueblo donde me han tratado tan mal. A mí, una mujer tan frágil e inofensiva como soy yo, que nunca he hecho mal a nadie...



                                                                     Diciembre-2012